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Por Juan Montelpare

"El eslabón perdido"

Las diferentes formas de abordaje del arte contemporáneo llevan a construir obras que intentan trascender lo objetual, rompiendo imaginarios eurocéntricos que enmarcaron el arte y sus construcciones artísticas a lo largo de siglos. Desde procesos de descolonización del pensamiento reflexionamos sobre el arte para abordarlo según nuestras necesidades, resignificándolo, a partir nuestros propios sentires y creando así procesos, no solo obras.

 

La segunda mitad del siglo XX testimonió el aparecimiento de acciones artísticas no necesariamente concluidas, que establecían un puente con la otra y el otro, quien la concluye o reconstruye. Modificándose las relaciones entre obra y receptor, mudando el hecho contemplativo a un proceso participativo, sin ese otro, la obra desaparece. El hecho artístico nace como complementario, como espacio de comunión; siendo así, se diluye la autoría, el ego.

 

En el afán de proponer nuevas metodologías —pensando que el simple hecho de trabajar con el otro nos lleva a un espacio de lenguajes contemporáneos—, algunas acciones pueden caer fácilmente en la utilización de las personas, principalmente cuando éstas son tomadas solo como objeto de estudio, lo que nos devolvería, nuevamente, a una concepción moderna-objetual del arte que tiende a confundir el arte y la academia, creando textos que solamente sirven de estudio- legitimización en determinados sectores sociales y que aportan muy poco a la construcción simbólica cotidiana de las personas; sin superar esa posibilidad del objeto, intentando realizar análisis desde las certezas de los comportamientos sociales, sin comprometerse vivamente con ellos, matando la pregunta que genera el arte, y quedándose solamente con la respuesta.

 

La posibilidad de construcciones estéticas que no queden exclusivamente en un hecho contemplativo, sino que amalgamen los sentires sociales con los análisis sensibles de los artistas como acción política transformadora, puede verse como una constante en el trabajo sostenido y diáfano de la artista Alice Trepp; en él logramos vislumbrar puntos en común con otros realizadores contemporáneos latinoamericanos. El compromiso con el otro, y la creación que trasciende el objeto para ser vivencia en todo su universo.

 

Su última colección de piezas escultóricas, denominada La Carga, se ha llevado adelante bajo procesos sostenidos —por parte de la artista— quien nos coloca en un punto intermedio entre arte contemporáneo y arte moderno. Donde el tejido social generado a partir de un evento (proceso artístico) se transforma en vivencia, en conocimiento y vínculo humano entre el creador y la comunidad, construyendo así algo más que un objeto resultante del trabajo constante y que puede tener una finalidad en la exposición visual. Sin embargo, lo que se ha sembrado en la comunidad permanecerá más allá de la durabilidad de la obra objetual o el tiempo de exposición. Ese encuentro es el punto intermedio entre el creador encerrado, aislado en su atelier, y el otro, que se deja permear —siendo modificado—, muda su trabajo y connota la arcilla, modelando al otro en toda la magnitud del ser, con sus sentires.

 

La obra puede verse como objeto cerrado, pero fue intervenida por todos en el proceso y existe una modificación social en el territorio donde se concibió, no es del todo cerrada, ni del todo abierta. En las formas del montaje encontraremos quizás muchas más preguntas o certezas al eslabón perdido entre arte moderno y arte contemporáneo.

 

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Los  espejos

 

El trabajo de Alice Trepp estimula, sin duda, a pensar no solamente en el objeto, en la imagen conclusa del proceso artístico. En su obra vemos apenas una parte, el reflejo de un gran proceso de encuentros y recreación que guarda su fuerza, su energía y la génesis en lo humano, exhortándonos en la contemplación, al traspaso del instrumento para continuar el discurso mismo del proceso creativo.

 

Las esculturas escala uno a uno, que Alice trabaja, son apenas una parte del gran conglomerado humano que se construye cotidianamente en las calles de tierra, en el río marrón, en los churos recolectados uno a uno, en los chulqueros, en las madrugadas y desvelos, en la feria y los caminos, en los sueños y ese volver a comenzar que pueblan los imaginarios de esperanzas y decepciones de parte de la comunidad del Chota.

 

Debido a eso, el trabajo escultórico que la artista propone no es solo escultórico, es social. La arcilla que modela se va cargando de las vivencias, saberes y preocupaciones que hacen que se aleje de las artes plásticas para acercarse a un hecho trans y multidisciplinario, que se construye y proyecta mucho más allá de la obra, pasando a ser un hecho vivo, inmensurable.

 

La escultura es apenas la huella de ese algo vivo, alegre, sentido, de baile y carcajadas, colores estridentes que se construyen en un devenir alejado de patrones occidentales de belleza, una alegría diferente que a veces también llora, un reflejo profundo del que se puebla la relación humana, un evento, una vivencia que nace del intercambio, del encuentro y el conocerse, esa apertura que fluye y deja la unidireccionalidad, la imposición. En realidad, cuando vemos el trabajo de Alice, estamos comenzando por el final, por el vestigio bello de algo mucho más bello en todos los sentidos políticos y estéticos.

 

A través de la historia, diferentes corrientes artísticas intentaron vincular arte-vida, generando procesos, obras, imágenes y experiencias que trataron de acercar el proceso artístico al cotidiano de hombres y mujeres. Los procesos del arte contemporáneo relacionales, dialoguistas, entre otros; muchas veces no logran trascender el propio imaginario moderno de arte o fin objetual del mismo. En este sentido, el trabajo de Alice Trepp recorre el camino inverso, la objetualidad de gran carga y belleza es una pieza más, el resultante de una trama, sobre todo humana, que muchas veces no logra vislumbrarse pero que en el imaginario de los habitantes del Chota es muy fuerte, ella es parte de la gente, amiga, compañera, confidente. Estando así lo humano por sobre toda acción, inclusive la artística.

 

Como un paralelo, del otro lado del mundo, el escultor senegalés Ousmane Sow, —quien comenzó su carrera a los 50 años, y se posiciona rápidamente con una escultura narrativa en los circuitos del arte contemporáneo europeo y africano—, aborda y compone, en escalas naturales, imágenes de las culturas ouloff, zulúes y otras de África; las teje en diálogo con el paisaje natural, con lo urbano y también en las galerías, generando relaciones espaciales y videos como un lenguaje complementario a su trabajo escultórico.

 

¿Cómo pensar, cómo abordar el mundo con solo una mirada y un medio si todo lo que nos rodea es complejo? El trabajo de estos dos artistas, de diferentes latitudes del mundo, quizá establece,

 

sin saberlo, diálogos sur-sur, encuentros estéticos que ponen en valor al ser humano y sus otros universos como lugar de resistencia y construcción de nuevos imaginarios. Quizá este sea uno de los roles del trabajo de Alice Trepp, el colocarnos como espejos a esos otros, en relación al paisaje, al cotidiano; mirarnos a los ojos como iguales, como parte de, donde el hecho estético es solo el medio que posibilita el reflejo.

 

 

La  Carga, el territorio, la  pregunta

 

Mirar la superficie solo nos deja en la estética de la liviandad, de la apariencia, haciendo de lado a la profundidad de lo que realmente acontece.

 

Cuando Yoan Capote, el artista cubano, colocó un contenedor de basura cubierto de terciopelo rosado en una galería de arte, comenzaba a discursar sobre lo interno externo, sobre la belleza de algo. Cuando el curador Gerardo Mosquera invitó a llevar ese trabajo en las calles de Panamá en el evento artístico Ciudad múltiple, la obra disparó otras lecturas mucho más profundas y relacionales que jamás estuvieron en la mente del artista pero de las que la vida se apropia y significa. Con el trabajo de Alice Trepp sucede algo similar, pero de algún modo al revés. Cuando vemos su trabajo apreciamos solamente la superficialidad de algo que aconteció, no se vislumbra la totalidad del proceso, mucho más humano que el objeto que se muestra. La obra de Alice Trepp no es una muestra, sino un resumen de las relaciones y las tramas cotidianas con una persona, con la comunidad, con el lugar que poco a poco comienza a ser y proponerse, el resultante de un hecho social que cobra vida y sentido.

 

La problemática del Juncal, en el valle del Chota, es retratada desde otros lugares por la artista, con un sentido humano que trasciende lo anecdótico y el folclorismo; se sumerge en una dura realidad, constatable por la vivencia misma de lo cotidiano, que evidencia problemáticas de gran tradición patriarcal. Sin embargo, como en una especie de rito y acuerdo implícito, las mujeres se toman un día de la semana para ser libres, el lunes. Según los mandatos afro ecuatorianos, el lunes es el día de descanso, ese mandato basado en mitos, ayuda a que la tierra descanse, y ellas también.

 

Los cajones, los estridentes colores de los tomates y las ropas, los baldes de viejo plástico y una composición bajo sentidos propios, llevan a la creación de pequeñas instalaciones en la feria de la ciudad de Quito, a la que viajan estas mujeres todas las semanas a trabajar. En las manos, en las cabezas, la carga invisible o invisibilizada, mucho más fuerte que la carga física, viene de años, de siglos, desde que los esclavos eran comprados por los jesuitas, en el puerto de Cartagena, y traídos hasta el valle del Chota, desde los latigazos y un segundo exilio cuando se quedaron sin tierras, sin nada, construyendo una identidad en otra lengua, bajo un cielo que no vieron sus antepasados. La carga también es física, pero sobre todo cultural, simbólica. Algo en la niña —que lava trastes en el agua sucia del único río que da de beber al pueblo— parece saberlo. La Carga es esa, la carga de seguir exiliados en su propia tierra.

 

Agudah es una palabra del oeste de África para nombrar a los retornados, los esclavos que regresaron al África. Los esclavos en América, imposibilitados de regresar, comían tierra hasta que se sofocaban, matándose, para que su espíritu regresara a su tierra de origen.Alice les da, desde la tierra, desde la arcilla, ese vínculo con sus territorios pasados y los contemporáneos; las mujeres del Valle ponen el cuerpo, sus manos, su historia de hoy, la de viajar a la gran ciudad a vender y volver y vender y volver, durmiendo en la calle y quedando a medias. En un eterno empate entre chulqueros, regateadores y ellas, las mujeres del Chota con ese lunes de «gallito» y baile, sin hombre ni amante, solo ellas. En la arcilla que modela Alice, se amasan esos mundos.

 

Entrar en un espacio tan complejo, no mirarlo desde afuera, sino sumergirse en él, vivirlo, y no solo reproducirlo o llevarlo al objeto de muestra, sino entrar para ser parte. El arte alejado de la academia no nos da la certeza o las respuesta que tantos añoran, sino que nos construye esa pregunta, la coloca ante nosotros para que la vivamos en toda su magnitud.

 

La carga, las esperas, los colores, los olores, la economía, los llantos, el baile… la vida y el mundo que nos atraviesan nos llenan de toda esa complejidad, mezclada en una fanesca de olores, sabores, texturas, interpretaciones. En el trabajo artístico de Trepp vemos que, como en el mundo, su obra, no es una pieza ni un objeto, es la vivencia que trasciende el hecho artístico para construirse desde los tejidos humanos en un acto que pone ante nosotros esa diversidad, cargada en cada gesto, que construye la escultura, y ésta, ante nosotros, se transforma en simples y profundas preguntas, espejos, territorios.

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